Educación y libertad

Mi bisabuela perdió a su padre por unos, y a su hijo por los otros. Un hermano de mi abuela, fusilado. Mi abuelo, preso en la Iglesiona. Durante la dictadura, un tribunal militar condenó a mi padre a 14 años de cárcel. En el mismo edificio en el que dictaron sentencia, mi padre ejercería 14 años como senador de España. Mi hermano nació en democracia. Yo he votado nueve veces a tres fuerzas políticas distintas. Hoy, en un estado de derecho que respeta las libertades individuales, vivimos en un país alfabetizado, con sanidad y educación pública, con pensiones para nuestros mayores; en el que todos, los unos, los otros y los nuevos, luchamos en democracia por alcanzar un modelo de mayor justicia social.

El compromiso de una generación por cerrar heridas se basa en comprender que somos un país y un solo pueblo. En el que, esencialmente, todos compartimos los mismos anhelos: justicia, trabajo y un futuro mejor para nuestros hijos.

Si queremos que nuestros jóvenes sueñen con mejorar el mundo; si queremos salir de esta crisis, no como la mala caricatura de un país egoísta y dividido, sino con el retrato de una España capaz de sacrificarse y ser mejor, debemos enseñar historia pero no educar en el pasado. El reto de hoy es la economía y el paro. Es justo que se hagan los homenajes necesarios a las víctimas de la Guerra Civil. Es injusto hacer política con la sangre de otros.

No hay mayor deuda hacia todas las víctimas de la Guerra Civil que, como país democrático fundado en el respeto a las instituciones comunes, la sociedad española avance a través de su historia de manera pacífica y libre. No nos defraudemos.

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