Febrero para Carmen, por Pedro Herrero

Carmen, hoy cumples cinco años. Hace dos que yo empecé a trabajar en el Congreso de los Diputados. Has paseado conmigo por el edificio de Palacio, y aunque me gustaría explicarte las historias detrás de cada cuadro sé que eres todavía muy pequeña para entender la historia de nuestro país y cómo se entrecruza con la historia de tu familia.

Si tuviera que comenzar por algún sitio, empezaría contándote que eres descendiente de un coronel del ejército cristino, que murió a manos de un pelotón de fusilamiento tras caer prisionero en una acción de guerra contra los carlistas. Me gustaría explicarte que un miembro de nuestra familia fue desterrado por Alfonso XIII, por rebelarse contra el caciquismo como diputado del partido de Melquiades Álvarez. Y me gustaría también que supieras cómo otro de los nuestros ayudó a Unamuno durante su exilio, para acabar muriendo fusilado durante la guerra civil, en el Gijón de la zona republicana.

Hoy, especialmente, me gustaría que recordaras al abuelo, a mi padre, que nació con la Segunda República, en el mismo año en que Clara Campoamor conquistaba para todas las mujeres el derecho al sufragio femenino. De joven se fue a un París donde se haría comunista. Y ya en 1960, en España, un tribunal militar le condenaría a catorce años de cárcel por su actividad política. Al salir de prisión, tu abuelo siguió comprometido defendiendo en los tribunales a sus compañeros. Fueron pasando los años. Conoció a tu abuela. Se casaron. Decidieron no tener hijos hasta que cambiaran las cosas. El abuelo había visto en la cárcel cómo eran de tristes las visitas de los niños de sus compañeros presos. Cuando las cosas cambiaron, no perdieron el tiempo. En 1978, el mismo año en que se aprobaba nuestra Constitución, nació tu tío Juan. Dos años después, yo. Tu abuelo tenía cuarenta y nueve años. Siempre le conocí con el pelo blanco.

Con la llegada de la democracia, tu abuelo había dejado aparcada la militancia comunista y había vuelto a la abogacía. Pero hoy quiero contarte la historia del día en que él decidió volver a comprometerse con la política.

La historia empieza un 23 de febrero con unos golpistas que entran con armas en el Congreso y se ponen a disparar al aire y a gritarle a todo el mundo que se tire al suelo. Tres diputados —solo tres— se niegan a obedecer esa orden: Adolfo Suárez, Santiago Carrillo y Manuel Gutiérrez Mellado. Vuelan los tiros, todo el mundo se esconde, nadie sabe lo que está pasando ni cómo va a terminar. Pero esos tres diputados —solo esos tres— se mantienen en su sitio y se niegan a obedecer.

Tenemos la suerte de que unas cámaras estaban grabando, así que podemos ver en las imágenes la dignidad con la que se conducen Suárez (que era de centro) y Carrillo (que era comunista). Pero, sobre todo, podemos ver a Gutiérrez Mellado, un militar (conservador), que no solo no se niega a echarse al suelo: va hacia los golpistas, hombres con armas, y les hace saber que en el Congreso no son bien recibidos. Es una reacción decidida y valiente, como de gigante indignado. Los golpistas hacen corrillo para amedrentarlo y su cabecilla, Tejero, lo zarandea para doblegarlo. Pero él, que tenía ya sesenta y nueve años, se sujeta con fuerza a la barandilla y no permite que le derriben. Es una imagen tan poderosa que hoy nos sigue emocionando.

Pero aquel día no solo tres hombres dijeron «no». Cuando entré a trabajar en el Congreso pedí las actas levantadas por los letrados de ese día, y en ellas descubrí una parte de la historia que desconocía.

La tarde y la noche del golpe, varios miembros del gobierno requieren a los asaltantes que las mujeres diputadas puedan salir del Hemiciclo. Unas horas antes lo había podido hacer una diputada embarazada, Anna Balletbò. Cuando los golpistas acceden y dan la orden de hacer salir a las mujeres, en un primer momento las diputadas se niegan a abandonar el Congreso, pero ante las repetidas peticiones del resto de los diputados lo aceptan.

Pero no todas. Dos diputadas se quedan. Se quedan y deciden que no saldrán hasta que puedan hacerlo junto con el resto de sus compañeros.

Son María Izquierdo Rojo (socialista), que es asturiana como tú, y doctora en Filosofía y Letras; y Pilar Brabo Castells, licenciada en Física, militante antifranquista desde su estancia en la universidad, miembro del Partido Comunista y, después, del PSOE, y que llegó a estar en prisión en catorce ocasiones durante la dictadura.

Imagínate lo valiente que hay que ser para decidir quedarte. Tu familia y tus amigos están fuera. Se preocupan por ti y desconocen lo que ha sucedido dentro del Congreso. Todo el mundo entendería que decidieras irte, nadie te juzgaría, es racional, es lógico, lo que haría todo el mundo. Pero tú decides quedarte. Y decides que solo saldrás cuando salgáis todos juntos.

Suárez, Carrillo, Gutiérrez Mellado, Izquierdo y Brabo. Ellos cinco. Tres hombres y dos mujeres. Hicieron gestos que tienen una enorme importancia para nosotros, porque con su actitud sostuvieron en un hilo muy fino el relato que haríamos después sobre el golpe de Estado los españoles. La democracia venció. Sí, pero ¿qué habría pasado si todos se hubieran tumbado en el suelo? ¿Si todos hubiesen seguido las órdenes? No pasó. Y es por eso que año tras año podemos volver a ver esas imágenes sin avergonzarnos como país. Porque los miramos a ellos y nos sigue emocionando ver cómo se comportan. Ellos cinco, entre cientos, obraron como héroes por todos nosotros. Zimbardo dice que hay que crear mitos y contar historias que refuercen la cultura del héroe en la infancia. La sustancia del héroe es la soledad. Actuar cuando otros no lo hacen. Levantar la voz. Negarse o actuar, pero siempre en soledad. A la intemperie cuando otros han buscado refugio.

Carmen, hija mía, debes saber que es difícil separarse del comportamiento de los demás, ir a contracorriente. Por eso, pronto verás que es tan difícil denunciar los acosos en los colegios e institutos. Por eso, siempre es difícil posicionarte contra el poder.

Debes saber de todo esto porque algún día tendrás un impulso en tu corazón que te diga que debes salirte del consenso, hablar libremente, ayudar al débil, apoyar la causa justa que no es popular. Y debes saber que casi siempre actuar así es arriesgado,
da miedo y tiene coste.

Cuando eso pase, recuerda el 23 de febrero de 1981. Y recuerda que ese día hubo tres hombres y dos mujeres que decidieron no seguir las órdenes de unos hombres armados. Con su comportamiento individual y solitario salvaron la dignidad de todos.

 

«Pedro Herrero Mestre (Gijón, 1980) es padre de Carmen, nacida en Oviedo, Manel, nacido en Gijón y Adrià, nacido en Madrid. Tras someter a su esposa catalana a demasiadas mudanzas e incorporarse a la política, ha trabajado como asesor de Grupo Parlamentario en la Junta General del Principado de Asturias y ahora desempeña con elegancia su trabajo en el Congreso de los Diputados mientras ve con horror cómo Madrid se ha convertido en una ciudad que le gusta.»

 

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(Este texto fue publicado como capítulo en el libro colectivo La España de Abel,  obra coordinada por Aurora Nacarino Bravo y Juan Claudio de Ramón, y editada por Roger Domingo, a los tres agradezco el poder publicar mi texto en este 23 de febrero de 2019)