No es un secreto que una gran parte de la universidad española tiene un nivel internacional mediocre. Originado en el cambalache territorial de componendas que se ha convertido España, el criterio de reparto territorial de los recursos lastra la competitividad de aquellas pocas instituciones que deberíamos potenciar. Si, como país, queremos empezar a desarrollarnos en el ámbito global de la investigación no podemos mirar de reojo a las comunidades vecinas de manera permanente. Las universidades compiten por recursos autonómicos en pie de igualdad con el gasto sanitario, el gasto social o la carrera profesional. Y tienen más capacidad de futuro seis millones invertidos correctamente en la universidad que, por poner un ejemplo, veinte en ‘perfomances’ de la Laboral.
Por eso, decisiones como la de hoy, o la iniciativa de los Campus de excelencia, son extraordinariamente positivas, ya que favorecen que abandonemos un modelo de financiación igualitarista que a largo plazo nos perjudica a todos. Sin duda, competir nos hará mejores. Y medidas como la propuesta por el Ayuntamiento de Gijón van en la dirección correcta. Si queremos una Asturias que abandone el modelo de fondos mineros, administración pública y subvención europea; una Asturias investigadora, líder en innovación y desarrollo; si queremos una Asturias de crecimiento económico; una Asturias empresarial, de suelo industrial y parque tecnológico, que ofrezca posibilidades de crecimiento profesional a sus jóvenes; necesitamos comprender que universidad y sociedad van en el mismo barco. También aunque sea políticamente incorrecto decirlo, con 24.000 alumnos y carreras con diez alumnos, la Universidad de Oviedo deba afrontar a cambio sus propios retos.
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