El Buen Camino

No es un secreto que una gran parte de la universidad española tiene un nivel internacional mediocre. Originado en el cambalache territorial de componendas que se ha convertido España, el criterio de reparto territorial de los recursos lastra la competitividad de aquellas pocas instituciones que deberíamos potenciar. Si, como país, queremos empezar a desarrollarnos en el ámbito global de la investigación no podemos mirar de reojo a las comunidades vecinas de manera permanente. Las universidades compiten por recursos autonómicos en pie de igualdad con el gasto sanitario, el gasto social o la carrera profesional. Y tienen más capacidad de futuro seis millones invertidos correctamente en la universidad que, por poner un ejemplo, veinte en ‘perfomances’ de la Laboral.

Por eso, decisiones como la de hoy, o la iniciativa de los Campus de excelencia, son extraordinariamente positivas, ya que favorecen que abandonemos un modelo de financiación igualitarista que a largo plazo nos perjudica a todos. Sin duda, competir nos hará mejores. Y medidas como la propuesta por el Ayuntamiento de Gijón van en la dirección correcta. Si queremos una Asturias que abandone el modelo de fondos mineros, administración pública y subvención europea; una Asturias investigadora, líder en innovación y desarrollo; si queremos una Asturias de crecimiento económico; una Asturias empresarial, de suelo industrial y parque tecnológico, que ofrezca posibilidades de crecimiento profesional a sus jóvenes; necesitamos comprender que universidad y sociedad van en el mismo barco. También aunque sea políticamente incorrecto decirlo, con 24.000 alumnos y carreras con diez alumnos, la Universidad de Oviedo deba afrontar a cambio sus propios retos.

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Es hora de obtener conclusiones, por Manuel Sarachaga

Formar parte de la Unión Económica y Monetaria (UEM) desde sus inicios fue un éxito indudable para España. Fuimos capaces de superar el reto de las exigencias de Maastricht y de abandonar el tradicional retraso que nos caracterizaba cuando de incorporarse a avances junto con nuestros vecinos europeos se trataba.

Desde entonces hasta la profunda recesión actual, los españoles hemos disfrutado de años de gran crecimiento económico, de importantes avances y de un incuestionable progreso en nuestro nivel de vida. Pero fueron también los años en los que se gestaron los grandes desequilibrios que nos han traído hasta aquí.

El fuerte ritmo de expansión económica y la insuficiencia de ahorro nacional durante ese periodo provocaron un elevado flujo de crédito proveniente de nuestros socios en la UEM, cuyas contrapartidas más visibles han sido un creciente endeudamiento, un constante diferencial de inflación respecto a los países de nuestro entorno y, en consecuencia, una acusada pérdida de competitividad exterior.


Le Figaro 24 heures (Orlando Sierra/AFP)

Este inmenso caudal de crédito barato -incentivado por los bajos tipos de interés establecidos por el BCE y posibilitado por la casi ilimitada capacidad de expansión crediticia del sistema financiero-, junto con otros factores -legislativos y demográficos, entre otros-, determinaron un desarrollo desequilibrado nuestra estructura productiva, potenciando sectores de baja productividad que acapararon ingentes recursos productivos y lastraron el desarrollo de otros sectores con más futuro pero menos favorecidos por los réditos especulativos que el crédito abundante y barato favorecía.

Este proceso no sólo impulsó determinadas ramas de actividad y elevó el precio de ciertos activos, como inmuebles o activos financieros, sino que toda la economía española terminó por convertirse en una gran “burbuja” en la que los españoles disfrutábamos de una renta per cápita insostenible y basada en un tremendo nivel de endeudamiento. También las administraciones públicas se expandieron al calor de unos ingresos públicos insostenibles. Vivimos durante un tiempo por encima nuestras posibilidades y, lo que es peor, hipotecamos nuestra capacidad de consumo, inversión y generación de ahorro neto en el medio plazo. Una insensatez.

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Aquí no ha pasado nada, por Manuel Sarachaga

Aquí no ha pasado nada

Tras más de dos años inmersos en una profunda crisis de graves consecuencias y enormes proporciones -inesperadas para muchos-, el afán por conocer sus causas y ponerles remedio parece decaer, empequeñecido ante el descomunal despliegue de estímulos públicos, el deseo de reactivar cuanto antes la economía y la preocupación por definir una acertada “estrategia de salida” que no implique una recaída posterior. Mucho se ha escrito y hablado sobre los orígenes de ésta y anteriores crisis, pero este enorme ejercicio de reflexión colectiva, afectado por crecientes dosis de confusión, demagogia y argumentaciones interesadas, no ha servido para alcanzar acuerdos y plasmarlos en medidas efectivas que prevengan futuros sucesos de igual o superior envergadura.


Foto (Jewel Samad/AFP) Vía Le figaro

Sin embargo, y a pesar de todo, parece haber un consenso entre los expertos en aceptar que las fases recesivas como ésta son precedidas por periodos caracterizados por en un crecimiento excesivo del crédito y del endeudamiento que posibilitan un fuerte impulso de la demanda y de los ingresos públicos, pero que a la postre son la causa de su desplome. Esta facilidad de crédito impulsa sectores basados en proyectos poco productivos pero de rápido y rentable retorno de la inversión, alimenta la especulación –generando las llamadas “burbujas”- y en definitiva distorsiona la estructura productiva, haciéndola dependiente de tales sectores y sobredimensionándola frente a una demanda insostenible.

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Echarlos

No voy a hablar de los grupos ultra de otras ciudades. Ésta es mi ciudad y, me guste más o menos el futbol, el Sporting es mi equipo.

Dejémonos de tanto contemporizar. Tenemos una afición modélica, eso dicen los medios, eso dicen nuestras cifras en los desplazamientos, eso nos decimos unos a otros en Gijón. Lo llamamos ‘La mareona’. Pues dentro de esa afición tenemos gente que se mueve con el Sporting, un pequeño pero organizado grupo de impresentables, que manchan nuestro nombre cada vez que protagonizan un enfrentamiento violento dentro y fuera de nuestra ciudad.

Este pequeño grupo forma parte de los Ultra Boys. No todos los miembros de Ultra Boys son violentos, pero es seguro que el grupo de violentos que protagoniza estas acciones son miembros de Ultra Boys. No es tan difícil localizarlos. Es nuestra responsabilidad que expulsemos a estos pocos indeseables del fútbol, no son el Sporting, no son su afición y por supuesto no pueden representar a Gijón. Hay que aislarlos y disolverlos; evitar que, fuera o en casa, entren a los estadios; impedir que viajen y trasmitan su violencia sin sentido a otras ciudades. Hay que quitarles los locales en los estadios, las entradas gratuitas y todas las facilidades que se les dan. Si quieren seguir reuniéndose, de acuerdo, pero no con la excusa del fútbol, ni con la ayuda de los clubs.

Si cuando suceda algo aun más grave en un futuro no queremos ser cómplices de sus acciones, proscribamos hoy a estos grupos y protejamos los valores que aún quedan en el deporte. Joan Laporta ha sido el único presidente que se ha atrevido a desterrar a los radicales de su estadio. Puestos a distraer al público de la crisis, en vez de normativas anti tabaco, sería más útil una campaña de prevención y tolerancia cero contra la violencia en el fútbol.

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