Sugerencia

Algún iluminado dice que la tierra pertenece al viento. Pues la tierra no sé, pero el suelo tiene dueño y precio. Y de rural a urbano existen sustanciosas diferencias económicas. Los terrenos no urbanizados adyacentes a la ciudad suelen estar comprados y vendidos desde hace décadas, a la espera de que la tendencia natural de crecimiento por proximidad (poner una casa junto a otra) convierta ese terreno improductivo en una pila de billetes de 500.

Como consecuencia, los grandes negocios en la especulación se producen cuando se liberan bolsas de suelo inesperadas. A unos cuantos kilómetros de la última urbanización, el suelo es más asequible y si lo sabes antes que los propietarios puedes comprar mucho ‘prao’ barato. Por supuesto, una parte en ‘B’ y mediante personas interpuestas. Estas son las maniobras típicas de los constructores, esas hermanitas de la caridad que se mueven por amor al arte. Todo lo que huele a urbanismo genera una hipersensibilidad en muchos ciudadanos, y que se haya anulado el plan y que sigamos instalados en la retórica de la amenaza y el ‘no pasa nada’ no ayuda en absoluto.

Por último, miembros del PSOE y de IU se quejan de la predisposición de los gijoneses al ‘plataformismo’ (dícese de la tendencia a agruparse en torno a plataformas). Sorprende que quienes se lamentan sean miembros de los mismos partidos que se han preocupado de penetrar políticamente durante años las federaciones y asociaciones de vecinos, dinamitando los canales de protesta oficiales. En el pasado, los vecinos de la zona rural, cansados de esta situación, escogieron representantes más beligerantes con la Administración. Por el contrario, la FAV urbana gijonesa practica dos posiciones con el ayuntamiento, a favor o de perfil. Hay un refrán sobre barbas…

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La esperanza inflacionista y el optimismo irracional, por Manuel Sarachaga

El gobierno ha decidido que la recuperación es inminente. Tras retrasar todo lo posible el reconocimiento de la crisis y anunciar fallidamente la recuperación del empleo en repetidas ocasiones -recordemos los vaticinios sobre el Plan “E” en 2008-, la salida de la recesión es ahora una decisión irrevocable del ejecutivo. Así pues, la realidad ha de ponerse a su servicio y las noticias económicas han de ser positivas. Buen ejemplo de ello es la evolución del IPC. Tras ocho meses de tasas interanuales negativas, el regreso a valores positivos ha sido recibido con gran satisfacción oficial. Si la deflación es un signo inequívoco del retroceso de la demanda y de la recesión, el regreso de la inflación es una señal evidente de que la recuperación económica está a la vuelta de la esquina.

Esta tesis asume que el crecimiento de los precios no sólo es bueno, sino necesario para el crecimiento económico, pues anima el consumo y la inversión, lo que en definitiva contribuye a reducir el desempleo, así como a mejorar la prosperidad y el bienestar de todos los ciudadanos.

Alaska Stock/Sunset

Sin embargo, la tozuda realidad parece no querer alinearse con la versión oficial. La deflación no es más que un aumento del poder adquisitivo del dinero, lo que en sí mismo no es ni bueno ni malo. Podemos estar ante un fenómeno positivo si es debido a avances de la productividad que superan el crecimiento de la oferta monetaria, pero puede ser un indicador negativo cuando se produce como consecuencia de la caída en la demanda agregada de unos endeudados agentes económicos y de la restricción del crédito que estrangulan a la actividad económica en su conjunto.

Un aumento de los precios no equivale a una mejor situación económica –como desafortunadamente pretendía demostrar la keynesiana “curva de Phillips”-. No olvidemos que la demanda se expresa en términos monetarios, por lo que los impulsos expansivos de gobiernos y bancos centrales pueden generar procesos de inflación que nada tienen que ver con un crecimiento sólido de la actividad económica. Inflación y deflación son, en última instancia, fenómenos monetarios.

El extraordinario aumento de la base monetaria provocado por los bancos centrales en los últimos dos años ha buscado deliberadamente compensar la caída en la demanda de crédito con el fin de salvar el abismo de una brusca contracción monetaria, en una permanente huida hacia adelante que diluye la deuda pasada y monetiza la deuda presente. El logro de este objetivo no ha permitido sin embargo restaurar el flujo de crédito hacia los agentes económicos privados y ha sentado las bases para generar incrementos de precios en determinados activos y materias primas. Aprovechando este río revuelto, bancos centrales, entidades de crédito y gobiernos se han entendido perfectamente en un juego en el que los primeros han puesto a disposición de los segundos toda la liquidez deseada al mínimo coste posible, mientras que éstos han destinado el caudal de nuevo dinero a adquirir la deuda pública de los terceros, dejando al margen y completamente secos los canales crediticios disponibles para familias y empresas.

Siendo cierto que estamos actualmente ante un escenario depresivo, sin embargo el avance del IPC ni refleja un fortalecimiento de la demanda (cuyos indicadores coyunturales siguen cayendo en medio de una morosidad que continúa al alza) ni es un síntoma de la recuperación del crédito privado (que retrocede un 1,5% frente a un incremento del 36% del crédito a las Administraciones Públicas), sino que se debe casi en exclusiva al incremento interanual en el precio del petróleo. No puede por ello ser considerado como el inicio de la recuperación, sino más bien como una latente amenaza para la capacidad de consumo de las familias y la competitividad de las empresas, peligro que se verá agravado llegado el momento, no muy lejano, en el que los bancos centrales aumenten los tipos de interés ante el temor a una inflación descontrolada.

Por otra parte, una sólida reactivación económica sólo se hará realidad cuando se traduzca en creación de empleo, algo todavía lejano. En el momento en que alcancemos tasas de empleo y de renta per cápita superiores a las que disfrutábamos antes de la crisis -sólo entonces- podremos decir que habremos superado este profundo bache.

El deseo compartido de ver una esperanzadora luz al final de este largo túnel no debe conducir a este irracional optimismo. No queda mucho tiempo para que el sólido crecimiento –éste sí- de los países más fuertes desate la amenaza inflacionista y los tipos de interés aprieten la soga de nuestra pesada deuda. Es preciso que quien tiene la responsabilidad adopte cuando antes y sin dilación las medidas necesarias para facilitar la reubicación de nuestros factores productivos -mediante las urgentes reformas que hace tiempo deberían haber sido realizadas-, para poner límite y reducir el endeudamiento público -comenzando por el estatal y siguiendo por el autonómico-, así como para reestructurar nuestro sistema financiero –entidades y marco regulatorio- y garantizar su aislamiento frente a las injerencias políticas.

Distintas calculadoras

Artículo para El Comercio, enlace aquí.

Parece que en España hubiésemos apagado la máquina de fabricar políticos hace diez años. Hoy, salvo contadas excepciones, una parte sustancial de su primera línea parece caída en manos de un movimiento ‘okupa’ de colmillo retorcido, malos funcionarios, trepas sin complejos y florecillas del campo sin mucha idea. Genera dudas irse con ellos a comer, imagínense enfrentarse a una crisis económica.

Gobernar con el viento a la espalda empujando las velas es pan comido. Sin una oposición de verdad, con mantener contenta a la santísima trinidad (Caja, sindicatos y constructores) con algún guiño al Sporting y al feminismo, Gijón casi se gestiona por inercia. El problema es que el mundo no se para por haber renunciado a nuestra responsabilidad pública. Año tras año, una administración liderada por políticos condiciona nuestra vida. Y hoy, con la misma ‘banda’, la situación es bien distinta.

Después de unas cuentas autonómicas de cuento, ayuntamientos con similar pacto de gobierno daban miedo. Gijón, afortunadamente, no ha sido el caso. Para tener utilidad, los presupuestos deben construirse desde una previsión de ingresos realista que sirve para negociar y discrepar. Mis críticas: desde el 2008 en Gijón subió un 14% el gastos de personal, 38 euros de cada 100 van a nóminas, y subiendo; en ‘economía de guerra’, reduciendo consumos superfluos y viajes, aumentar un 1% el gasto corriente no parece justificado. Son puntos de vista discutibles, pero sobre una base de ingresos razonables.

Es positivo que el responsable de Hacienda haya decidido dar entrada en las cuentas públicas a la realidad económica. La complicada tarea de trabajar ‘a la baja’ es una dura prueba difícil de asumir para cualquier gestor. Se nota su valiosa experiencia en el entorno universitario.

Queridos políticos

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Queda feo decir ‘Os lo dije’ así que no nos concentremos en los errores (vuestros) que nos han traído hasta aquí. Ya que habéis reconocido el resbalón, y pretendéis sacar la ‘patona’, creo que lo más inteligente sería pedir disculpas: a los propietarios, a los promotores, a los vecinos, a los que se ganaron alguna expresión de vuestro desprecio. Pero sobre todo a la gente de Gijón, en su conjunto, más que nada por el espectáculo de estos meses. Demasiadas acusaciones; demasiados ‘Nunca jamás’; demasiados ‘Yo contra el mundo’; demasiados ‘malos ciudadanos’; demasiado ‘Yo tengo razón, vosotros estáis equivocados’. Todo para acabar así. Que por mucha vestimenta que pongáis. estáis pasando por el aro. Se que ahora no es agradable tirar de hemeroteca, pero es bueno recordarlo.

En serio, los del madrugón, las horas extra y el paro, los que están poco con sus hijos, o llegan a casa tarde y cansados para verlos durmiendo. A todos les sangran los oídos cuando os oyen diciendo lo mucho que os esforzáis y lo ingrato que es el pueblo llano. Nadie os obliga a estar en política. El escrutinio público de vuestras acciones va en el sueldo. Ofende que se ofrezca algún tipo extraño de caridad con nuestros derechos.

Las excusas que os sirven para el PGOU, la estación intermodal, el superpuerto o el metrotrén, van perdiendo efecto. ‘No hemos cometido ningún error, el plan sigue adelante sin ningún cambio sustancial’. Distintos proyectos, mismas promesas incumplidas, mismas respuestas vacías. La verdad es que la gente está cansada. No sólo de vosotros. También de los que se sientan a vuestro alrededor, que ni uno dice nada, ni a izquierda ni a derecha. En esto sí que existe un extraño acuerdo. Será lo que llaman un pacto entre caballeros.

PD: Lo de los 20.000 pisos entiendo que es broma.